24 Jul 2016 Maternidad subrogada

FABRICIO DE POTESTAD MENÉNDEZ (presidente del PSN-PSOE y médico psiquiatra) – DIARIO DE NOTICIAS- el mercado de la maternidad subrogada trasluce un comercio en el que el útero de la mujer es considerado simple mercancía. Y este hecho, en sí mismo, deshumaniza y cosifica a estas mujeres. En efecto, este nuevo negocio, de acuerdo con Lidia Falcón y Leonor Tamayo, supone que una mujer es alquilada por una determinada cantidad de dinero, previo contrato, para gestar un hijo que entregará, una vez finalizado el embarazo, a la pareja contratante. Esta actividad no tiene nada de altruista, pues se basa en un mercado bien organizado en el que las agencias de gestación subrogada se lucran a costa del sufrimiento de mujeres que se encuentran en situación de necesidad y vulnerabilidad económica. Esta donación temporaria del útero no es inocua, sino que la madre sustituta debe someterse a las consecuencias técnicas del procedimiento, a los cuidados y síntomas propios de nueve meses gestación y al parto. Y todo ese sacrificio solo para parir un hijo del que deberá finalmente desprenderse. Alquilar el vientre de una mujer no se puede catalogar como una técnica de reproducción humana asistida, pues las mujeres no son máquinas reproductoras que fabrican hijos en interés de los criadores. Se trata sin duda de una forma de violencia obstétrica en la medida en que hay dinero por medio y una relación de poder entre los compradores y las mujeres alquiladas, obviamente en detrimento de estas últimas. No es pues admisible utilizar el eufemismo de gestación subrogada para designar un hecho social que cosifica el cuerpo de las mujeres y mercantiliza el deseo de ser padres o madres.

Un nutrido grupo de filósofas, académicas y destacadas personalidades del movimiento feminista, Alicia Miyares, Amelia Valcárcel y Victoria Camps, entre otras, llevaron a cabo una sugestiva campaña en contra de esta práctica en la que utilizan un afortunado y claro eslogan: no somos vasijas. El vientre de las mujeres, obviamente, no puede mercantilizarse como un contenedor en el que se implanta y desarrolla el deseo de otras parejas, ya sean heterosexuales u homosexuales, por elevada que sea la cuantía con la que se retribuya el servicio prestado por estas mujeres. Más aún cuando estas parejas siempre pueden adoptar un hijo. En este sentido, no hay que dejarse engañar por las campañas mediáticas y comerciales supuestamente progresistas o por aquellas que pretenden amparase en el concepto de libertad, pues la maternidad por sustitución, además de ocasionar problemas físicos y psíquicos, impide el reconocimiento de las mujeres como personas, cosificándolas, lo cual éticamente es injustificable. Por otra parte, la mujer gestante, cuyo vientre ha sido alquilado, se ve obligada por razón del contrato firmado a renunciar a sus derechos relativos a su embarazo y posteriormente a la crianza y educación del hijo engendrado. En cuyo caso, no solo se impide a la gestante tomar decisiones acerca de su embarazo, sino que además se contemplan medidas punitivas en caso de incumplimiento del contrato.

Ciertamente existen casos de maternidad subrogada altruista, pero no puede considerarse estos casos como argumento en el que se sustente la legalización de los vientres de alquiler, pues la generosidad de unas pocas no puede servir de coartada para la actividad mercantil que se desarrolla en las llamadas granjas de mujeres, en las que se compran embarazos a la carta según precio del mercado. No se puede incurrir, por otra parte, en la misma mixtificación que se plantea con la prostitución, que propone, con objeto de proteger supuestamente a las prostituidas, establecer una legislación que preserve, en este caso, a las mujeres que quieran alquilar sus úteros para que lo hagan en condiciones sanitarias óptimas. La esclavitud, por sutil que sea la forma en la que se establezca, no puede nunca legalizarse. Debe quedar claro, en mi opinión, que en ningún caso se puede admitir que nos enfrentamos a una situación dilemática en la que los valores morales de algunas personas o de determinadas ideologías entran en colisión con la libertad de decidir sobre sus cuerpos de otras personas, pues es falaz pretender que las mujeres que se avienen a alquilar sus úteros lo hagan con plena libertad, dado que en su inmensa mayoría se encuentran en situaciones de precariedad económica y de vulnerabilidad psicológica. La cínica distinción entre maternidad subrogada libre y obligada es una falacia, pues las mujeres, con consentimiento o sin él, devienen mercancía destinada a satisfacer el deseo reproductivo de parejas ajenas. Dicha anuencia es, por otra parte, falsa, pues si una mujer está dominada por la necesidad económica, pierde su libertad, por lo que no existe libre asenso entre la mujer que alquila su útero y su cliente. La mayoría de las mujeres que alquilan su aparato reproductivo se encuentran en una situación de tal desigualdad que las cosifica. Lukács afirma que tan pronto como las personas se encuentran sometidas a la coacción económica de llevar a cabo interacciones o transacciones sociales, son inexorablemente cosificadas. El marxismo consideró en su época que la fuerza de trabajo era una mercancía para el capital, pero las técnicas de la época no le permitieron adivinar que la capacidad reproductora de las mujeres iba a serlo también. El dinero no lo puede comprar todo, y menos aún la matriz de la mujer y el sufrimiento que conlleva satisfacer el deseo y el capricho de las parejas adineradas.