24 Oct 2015 La era del vacío

FABRICIO DE POTESTAD MENÉNDEZ, Presidente del PSN-PSOE – DIARIO DE NOTICIAS – Atrapados en una democracia carcomida por la demagogia emergente, la corrupción política y las desigualdades crecientes, uno contempla perplejo como, a pesar de todo, surgen sentimientos y actitudes que representan la alborada de una nueva época moral y política. Después de años de pesimismo, la ética parece ganar fuerza, invade los medios de comunicación, alimenta la reflexión política, jurídica y deontológica, generando aspiraciones y prácticas colectivas inéditas: bioética, acciones humanitarias, salvaguarda del entorno, integración de inmigrantes, acogida de refugiados, campañas contra la droga, luchas contra la violencia de género y manifestaciones contra el desempleo, los desahucios o la pobreza. Por todas partes se esgrime la tentativa de la revitalización moral como nuevo imperativo del siglo XXI, aunque quizá sea solo un espejismo, pues paradójicamente la misma sociedad capaz de preservar o generar sentimientos de compasión, solidaridad y generosidad, sigue siendo mayoritaria y esencialmente egoísta e individualista. Lo cierto es que en el seno de esta sociedad, construida sobre el egocentrismo en detrimento de la excelencia ética y el compromiso social, es donde aparece un nuevo y curioso, aunque sospechoso, humanitarismo.

Lipovetsky describe con sutileza, en su ensayo La era del vacío, el rostro moral de la sociedad actual. Mientras de una parte, la precariedad laboral, el desempleo, la violencia de género, la corrupción política sistémica, el fraude fiscal y otros desfondamientos morales no cesan de progresar; de otra, se aprueban reformas estructurales con apariencia filantrópica, se apuesta por la regeneración política, se toman medidas de protección medio ambiental o se lucha contra la barbarie terrorista. Vamos, que parece como si el bien y el mal convivieran irónicamente reconciliados en la indiferencia, como si todo se soportara en un vacío indecente e hipócrita.

Asistimos, por lo visto, a una conmoción general de la sociedad, que afecta a las costumbres y que está dando origen al nuevo individuo contemporáneo, subordinado a una forma liberal de hacer política, que no cumple un cometido ético, sino una función controladora que es mantener a las clases medias y bajas resignadas a su suerte mediante la promesa de una mirífica recompensa futura. Y lo hace mediante un muestrario de paráfrasis pretensiosas y exégesis hueras. Y frente a ello, no bastan los sentimientos de rebeldía ni la indignación, que aprovechan de forma oportunista algunas formaciones políticas, como tampoco es suficiente las posturas testimoniales de la gauche divine, sino que es precisa una propuesta ética, política, económica y estratégica que además de ser justa sea viable.

Vivimos una época individualista, condenados a ser hedonistas full time, aunque solo unos pocos privilegiados disfruten de lo que los sentidos procuran. Y esto en sí es ya un síntoma de vacío, pues ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las masas, ni existen ni ídolos ni prohombres, ni tan sólo una imagen social gloriosa de sí misma, ni ningún proyecto histórico capaz de movilizarlas, ni un sujeto revolucionario ni tan siquiera reformista que vaya más allá de la mera accidentalidad e inmediatez. Estamos regidos por el vacío, un vacío que no comporta, sin embargo, ni tragedia ni atisbos apocalípticos, y en el que todas las iniciativas morales, que siguen existiendo e incluso se promueven, son puntuales y meramente estéticas. Y, por si fuera poco, conviven indiferentes con la maldad. Y si viven impasibles con la perversidad es porque los remordimientos son una quimera, o si se prefiere, no son más que el débil murmullo acallado por quienes prescriben la moral y la adecuan a sus intereses.

La experiencia demuestra que la ética en la política está llena de crisis súbitas de mudez, cegueras oportunas y turbaciones calculadas y olvidadizas, propias de la miseria del impostor. Quizá, por ello, haya que pensar que no se está produciendo realmente una reanimación de la moral, sino instaurándose, como decía el marqués de Sade ante el infortunio de la virtud, un nuevo orden amoral, indoloro, espontáneo, sin obligación y sin culpa o responsabilidad, una sociedad regida por una praxis política que se reduce a un ejercicio contable de previsiones y resultados, en el que el éxito y el beneficio de unos pocos sustituye al bienestar de la mayoría, y la acción moral ascética deviene show recreativo. En fin, mientras haya abismos de miseria y pobres que sigan constituyendo el centón de nuestra vergüenza occidental, habrá que insistir en la razón política que, si bien no es capaz de formular la verdad misma, al menos se aproxime a la probabilidad o verosimilitud de algo que se le parezca. Y si no es posible prescribir el bien con vocación universal, al menos sería deseable señalar lo políticamente más razonable, con el objetivo de avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria, aunque sea mediante el acuerdo y el consenso.



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