04 Abr 2018 OPINIÓN: «FERROCARRIL DE IRA Y FUEGO»

GUZMÁN GARMENDIA. PORTAVOZ DE DESARROLLO ECONÓMICO DEL PSN-PSOE EN EL PARLAMENTO DE NAVARRA.- DIARIO DE NAVARRA. 4 DE ABRIL DE 2018.- El 3 de junio de 1855 se aprobó, bajo el reinado de Isabel II, la Ley General de Caminos de Hierro, o lo que es lo mismo, un texto que parecía regular la construcción de líneas de ferrocarril. Lo que por aquel entonces parecía una moda, iniciada siete años antes con la inauguración de la histórica línea Barcelona–Mataró, llegó a Navarra. El territorio foral no quiso mantenerse al margen de este auge popular del transporte por vías de hierro, y vio como en sus campos crecían, en la década de los sesenta del siglo XIX, dos líneas férreas que en su totalidad ocuparían 189 kilómetros. 150 años después, con una Navarra industrializada, moderna, abierta al mundo y cosmopolita, disponemos de los mismos 189 kilómetros de vías en nuestros dominios, gran parte de ellas con un único carril y pasando exactamente por dónde debió hacerlo la primera gran máquina de vapor que a buen seguro asustó y asombró a partes iguales.

En aquella época, según cuentan las crónicas, las protestas ante la evolución no se hicieron esperar. Los campesinos aseguraron que las chispas quemarían sus cultivos, los cocheros advirtieron del fin de sus negocios, e incluso los curas rurales advirtieron de la posesión diabólica del nuevo artefacto. Todavía hoy quedan vestigios de este reniego, como nos recuerda la ubicación de la estación de Caparroso, en medio de la nada y a dos kilómetros del pueblo por la oposición y el miedo que en su día se tuvo a la innovación. Finalmente, y sin que la ira y el fuego hicieran especial acto de presencia, en 1863 se inauguró la línea que unía Castejón con Bilbao, con tan solo 10 kilómetros extendidos por Navarra, y en 1865 se unieron por este medio Cortes y Alsasua, esta vez sí, con 179 kilómetros surcando una tierra que contaba entonces con cerca de 300.000 habitantes.

Navarra, afortunadamente, ha cambiado exponencialmente en quince décadas. La sociedad, preparada y a la vanguardia de tantas cosas, entiende con naturalidad que, transcurrido un tiempo más que prudencial, hay que evolucionar: Los motores eléctricos se abren paso en las carreteras, los aviones surcan nuestros cielos y las autopistas de la información unen los infinitos puntos del planeta desde y hacia la hoy Comunidad Foral. Sin embargo, una minoría nos indica que, para algunos, en poco o en nada ha variado su percepción de la realidad, una realidad tozuda, para ellos invisible, que se empeña en demostrarnos que cultura es la capacidad del ser humano a adaptarse a los cambios, y cultura, sin duda, es progreso, evolución, sociedad, igualdad de oportunidades, bienestar, empleo y, como no, economía.

El Gobierno de Navarra actual, en una legislatura dramáticamente titubeante en manos de esa minoría enclavada en la perpetua involución, dejó al libre albedrío del Gobierno de España la decisión última del dibujo del trazado del tren de altas prestaciones, regalándonos un absurdo viaje de retroceso en el tiempo de siglo y medio. Un oportuno cambio de criterio, silenciando la prehistórica posición de sus socios, ha devuelto la cordura a un proyecto en el que debemos mantener una posición de liderazgo, sin que desgraciadamente hayamos podido evaluar las consecuencias que la inicial dejadez pudiera haber tenido.

Para aquella minoría contraria a todo desarrollo que no sea su propio y egoísta microcosmos, poco o nada ha cambiado desde que circulábamos en los amenazados carruajes. Sus prioridades siguen marcadas por una miopía que ya en su día les impidió observar la necesidad de construir una autovía hacía el norte -que incluso hoy se antoja insuficiente-, o, por seguir con los ejemplos de infraestructuras, les negó apreciar que las necesidades de agua iban a ser un factor clave para nuestra población. A todos ellos, les invito a probar las gafas de la evolución, unas lentes que te permiten ver las necesidades presentes y futuras de una Navarra prospera, en crecimiento, dinámica, puntera y en consonancia con el cosmos, no solo con su microcosmos, microcosmos provisto de un potente agujero negro que tiende a atrapar al Gobierno de Navarra con preocupante frecuencia.



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